domingo, 12 de junio de 2022

Pandemia

 El olor a lejía y alcohol penetraban, casi ellos solos, por la tupida malla de la mascarilla FPP2 haciendo el ambiente irrespirable. El frío de aquella noche de invierno se había instalado en la planta de aislamientos del hospital. Encaramado a la tercera ola, solo se podía mantener el equilibrio entre la desorganización, el miedo al contagio y el desconocimiento de la enfermedad. Los ancianos, desorientados y solos, gritaban o murmuraban ininteligiblemente. Los jóvenes afrontaban lo desconocido de su futuro con miedo, omnipresente. Las erupciones en mi cara eran por la lejía con que se limpiaban las gafas protectoras. Lo supe unos días después. No se entendía el sudor pegajoso bajo las batas impermeables en medio de tanto frío. Al salir del hospital la tarde anterior, no me había cruzado con nadie en mi trayecto a casa. Solo los aplausos de las 8 de la tarde, fuertes y acompañados de agradecimientos en las ventanas de enfrente del hospital, indicaban que la gente seguía ahí, en sus casas. Unos jaramagos rodaban por la calle lentamente, a su antojo.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Cambio de ciclo

Levanto la vista del libro porque me parece que he olido el jazmín. Me levanto con la calma que me aporta la buena literatura recién dejada sobre la mesa del patio y me acerco. Dos pequeñas flores blancas apenas en toda la celosía entretejida por las ramas, pero soltando su aroma denso y dulzón, aplomado aún más por la tibieza de la noche. Les doy la bienvenida con una sonrisa a la comunidad de colores formada por el malva y verde oscuro de la buganvilla, el rosa pálido de las adelfas y el blanco intenso de la señora dalia. Les agradezco acompañarme en el ejercicio íntimo y sosegado de la lectura en las noches de verano. Pero últimamente levanto la vista de las páginas con frecuencia, asaltado por preocupaciones sobre la evolución de los acontecimientos colectivos. Me da la impresión de que en los últimos años se aceleran demasiado los cambios y por tanto no se sedimentan adecuadamente los posos de su razón y su objetivo. Gran época de cambios políticos, sociales, personales... pero apresurados. "Los incendios se apagan en invierno" escucho a un lugareño afectado por la devastación del fuego. Imagino que también las crisis se resuelven en epoca de bonanza, entonces. Si hay algo de lo que estamos seguros es de que todo cambia, tarde o temprano. ¿Como conseguir la flexibilidad suficiente para adaptarnos a los cambios producidos por la evolución de los acontecimientos sin que se produzcan grandes desajustes? O quizá todo es cuestión de ciclos inevitables. Saludo de nuevo al jazmín, a quien echaba de menos desde el otoño pasado y vuelvo a la lectura.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Existe un lugar...

Existe un lugar en tu interior en el que los pensamientos vienen y se van, sin arremolinar sentimientos, sin multiplicarse incontroladamente, sin apelotonarse. Existe un lugar desde el que se les ve venir, cargados de su inconsistencia a veces, sin fundamento real, pero asumidos por nosotros como verdad, sin crítica ni miramiento. Existe un lugar en el que los sentimientos duelen menos y saben más porque no disparan nuestras acciones automáticamente, y por tanto podemos saborear su dulzura o sentir su punzada envenenada casi en piel ajena. Existe ese lugar, pero para encontrarlo hay que saber ir a ningún sitio.

martes, 24 de agosto de 2010

Aprendiendo a amar los parques

Llegué temprano, cuando el frescor de la mañana se envalentonaba con la hierba muy húmeda, recién regada. Tibios rayos de sol estival perforaban las hojas anchas y claras del castaño silvestre dibujando sobre el suelo un mosaico monótono, un poco caótico y levemente oscilante. La Plaza de los Escritores estaba a aquella hora habitada solo por una madre ojerosa que meneaba una sillita en la que una niña pequeña se incorporaba una y otra vez, recibiendo sistemáticamente una riña por no dormirse como debiera... La mirada perdida de la madre y su expresión casi desesperada me contaron que estaba en miles de sitios en ese momento y ninguno de ellos era en aquella mañana fresca, en aquel parque tan literario. Quizá vivía en el anhelo de una noche larga y sin llantos de niño. Ignacio emitió un chillido ahogado al contacto de sus pies descalzos con la hierba húmeda, seguido de una sonrisa amplia, espléndida. Intentaba pasar las hojas esculpidas en piedra del libro que preside la plaza con sus deditos tiernos, exploradores indefensos de su entorno cercano. El sabe que el parque es hogar de sus juegos, huésped acogedor de su necesidad de ejercicio, abuelo paciente que observa jugar, respeta iniciativas de juegos nuevos pero protege siempre, testigo mudo del crecimiento de sus primeras amistades. En unos meses correteará por él, volviendo con frecuencia la mirada a la nuestra, en cuanto se aleje un poco, indeciso al principio a dar un inestable paso más. Sin quererlo, fomentará nuestras relaciones con los padres de sus amigos, y el parque escuchará, en alianza tácita con el niño, esas charlas que son a veces terapia espontanea de frustraciones paternales. Y todo ello bajo la mirada acogedora del parque, respetuoso y acogedor, que ve como nuestras vidas se despliegan en su seno.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Mis mejores deseos

Hay luces por todos sitios estos días, que más que iluminar, adornan.
Bullicio en las calles comerciales. Encuentros fugaces con los conocidos con expresión de nuestros mejores deseos. El deseo, motor del mundo, proyectador de personas. En la existencia franca y la presencia completa el deseo se purifica. En el silencio, pierde ímpetu y gana alcance. Reconocido y acogido en su origen, el deseo se redirecciona de forma más conveniente, si no se ordenaba adecuadamente. La conciencia de nuestros deseos es nuestro mejor aliado. Pero ellos se esconden, se disfrazan, se atropellan en nuestra mente porque algunos pretenden conseguir su objetivo sin ser objetivados por nosotros. Mirarlos, reconocerlos, investigar con curiosidad su aparición o su presencia nos construye, nos alecciona sobre quienes somos. Es preciso tener ese tiempo en nuestra relación con ellos para poder seleccionar realmente a nuestros mejores deseos... Y entregarlos a los que queremos...

jueves, 30 de julio de 2009

El verano

Todo se ha enlentecido. El calor de estos días ralentiza nuestros ritmos vitales. Más tiempo en casa para evitar las horas de calor. Tumbona y mirada perdida en el mar, siempre el mismo y siempre distinto, como nosotros mismos. Embaucador de miradas, como el río, como la lluvia, como el fuego, porque nos hablan de nosotros y eso nos interesa. Porque nos dejan escucharnos a nosotros mismos, cosa que nosotros no nos permitimos. Tiempo de observar el devenir de los acontecimientos y la impronta emocional que dejaron en nosotros. Tiempo de tomar conciencia de nuestros pensamientos y preguntarnos con curiosidad de dónde súrgen, porqué en este momento, qué mensaje nos traen de nosotros mismos. Sin apartar rápidamente a los desagradables y si aferrarse a los placenteros. Dedicando un tiempo a cada uno y luego despidiéndolos amablemente. Y tras esto volver a sumergir la vista en las páginas del libro abandonado momentaneamente en las piernas para recobrar el hilo de la novela, hasta que de nuevo ella nos remita a nuestra historia siempre insuficientemente asimilada. La calma exterior propiciando la escucha de nuestro interior bullicioso pero siempre insuficientemente escuchado.

sábado, 21 de febrero de 2009

Divertimento puramente literario

Aunque podría reconstruir a la perfección la silueta de sus labios recordando las sensaciones tactiles que le provocaron. Aunque nunca encontró un hogar más acogedor que la blandura de sus senos. Aunque no hubo nunca un reproche, una exigencia, una noche sin plácida complacencia mutua, ni se perdió el brillo de sus ojos en ningún momento mientras se miraban, hacía ya muchos años que no se habían vuelto a ver. Ahora la tarde tibia de comienzos de primavera le había traído su recuerdo de mirada limpia y piel casi transparente. Ahora que andaba atormentado por indecisiones y prisas, por exceso de trabajo y cansancio de larga evolución provocados por el tedio eterno de la existencia rutinaria de cualquier mortal, se aferraba a su recuerdo una y otra vez como quien desea el oasis atravesando el desierto. El desierto de su desconcierto actual y aquella vida diaria seca en que se había convertido el comienzo de su quinta década. Ahora que ya había aprendido a caminar con las pasiones más o menos refrenadas, que había encontrado la estabilidad emocional necesaria para ir asumiendo los avatares habituales de la vida sin que le produjeran grandes desgarros. De nuevo el deseo vehemente de verse reflejado en los ojos azul grisaceo de aquella mujer de piel tersa y ademanes lentos que le acogió en su pecho solo durante unos pocos días. Cuando abrió la puerta de su casa y dejó de sentir la calidez del sol en la cara su mujer le espetó: "Me voy a vivir a casa de mi hermana unos días, porque no acabo de ver claro lo nuestro".